Un curioso incorregible

Se divide en tres partes: Los zigzags de la vida, El mundo es ancho, pero no tan ajeno y Complicidades en el camino. 

La primera parte sigue el ciclo de vida del protagonista, desde su infancia en La Garriga, un pueblito de Cataluña cercano a Barcelona, en medio de los turbulentos años de la Guerra Civil española. La memoria de Xavier Albó transita luego hacia anécdotas de su vida escolar en un tradicional colegio de jesuitas, el nacimiento de su vocación y, en un punto culminante, su venida a Bolivia donde “volvió a nacer de nuevo”. Pero no se trata solamente de recuerdos individuales, propios e introspectivos, sino que están entrelazados con la descripción reflexiva de numerosos hechos históricos en el país. De ese modo, en la primera parte se encuentran capítulos referidos al descubrimiento del país, los estudios especializados, los tiempos de la dictadura banzerista y la memorable huelga de hambre que aceleró su final; los tortuosos primeros años de la democracia a partir de los 80 con el interregno del sangriento golpe de Estado de García Meza; del nacimiento y desarrollo del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), los procesos de varios de sus libros… hasta cerrar con el capítulo dedicado al “sueño de las autonomías indígenas”, ya prácticamente en el momento histórico actual del país.

En la segunda parte, Xavier desgrana sus impresiones sobre la situación y los procesos de poblaciones que más le interesaron e impactaron en varios países del mundo, particularmente en América Latina. Es fascinante la manera en que este investigador trotamundos recorrió, curioso incansable, lo que él llama “los traspatios” del continente, adentrándose en territorios indígenas de Brasil, Panamá, Guatemala, México, Nicaragua y otros lugares. Pero no se quedó en Latinoamérica, sino que cruzó los charcos y llegó hasta un kibutz de Israel, museos y universidades en Suecia, Filipinas e Inglaterra y, cómo no, templos de distintas confesiones en India y Japón. A lo largo de estos viajes llevó y trajo libros, ponencias y bromas. Para dar solo un ejemplo, se trajo un kimono de Japón, con el cual sorprendió a sus compañeros en la residencia jesuita de San Calixto, fingiendo ser un embajador del Imperio del Sol… para lo cual se pintó las cejas y alargó los ojos, detalle que olvidó quitarse cuando, pocos minutos después, tuvo una reunión en el edificio del Congreso nacional.

En la tercera y última parte, El Pajla pinta los perfiles de varias personas importantes en sus recorridos, ya sea por haber compartido “casa y rancho” como por haber impactado en sus posiciones y visión del mundo, desde entrañables compañeros jesuitas con los que llegó en el lejano 1952, a pocos meses de la Revolución Nacional, hasta líderes políticos. Muchas personas no están, dice Xavier, pero no es a propósito, sino producto de la “maravillosa alquimia de la memoria”, citando a Nathan Watchel.