Número 2
El futuro de los idiomas oprimidos (3º ed.)
Autor:
Albó, Xavier
Año de edición: 1979
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Año de edición: 1979
Este artículo, inicialmente publicado en 1973, es uno de los productos de la tesis doctoral en lingüística titulada Los mil rostros del quechua del autor. Se trata de un estudio socio-etno-lingüístico de la realidad boliviana que recurre al concepto de “idiomas oprimidos”. Se refiere a Perú y Bolivia y se enfocó en regiones de habla aymara y quechua de manera mayoritaria, incluso co-existiendo con el uso del castellano. En Perú, estas regiones están ubicadas en la sierra central y meridional y en Bolivia, en el altiplano y los valles.
Los idiomas oprimidos son idiomas indígenas cuyos hablantes han sufrido una historia de opresión y dominación por parte de otros grupos sociales en una relación asimétrica. Pero, singularmente, los usuarios de estos idiomas constituyeron y siguen constituyendo la mayoría de la población de un país, pero una mayoría empobrecida y culturalmente oprimida. En este marco, los idiomas lograron mantenerse vivos pero a costa de la pérdida de su vitalidad por obra del idioma dominante. Si se mantienen situaciones de doble monolingüismo (un grupo social monolingüe castellano y otros grupos monolingües en lenguas indígenas) que resultaron de una estructura dual asimétrica oprimente (como la conquista española y sus repercusiones), los contactos entre ambos estarían cerrados.
Sin embargo, algunos grupos lograron “reivindicar un lugar para el quechua y el aymara”; por otro lado, la rígida estructura tradicional se ha ido suavizando. En el periodo colonial, los misioneros hicieron grandes esfuerzos lingüísticos; en el siglo XIX, hubo publicaciones de obras en quechua, tanto literarias como educativas o bien políticas, pero a muy pequeña escala; además, hubo un interés académico que dio lugar a la multiplicación de estudios sobre los idiomas, pero aquello tuvo repercusiones limitadas en el campo de las políticas educativas. Otro fenómeno intervino en la práctica de los idiomas: las migraciones hacia las ciudades y pueblos por motivos económicos, lo que llevó a una mayor castellanización de los migrantes. Pero en caso de migrar a regiones de las tierras bajas, ahí se constató una expansión del uso del aymara y del quechua en las mismas. Pero es un hecho que se ha constatado un aumento de la cantidad de personas bilingües.
Mirando hacia el futuro (es decir post 1973/1979), la situación era compleja pues si bien en la costa peruana se esperaba un intenso proceso de castellanización, en otras zonas, como en La Paz y su entorno, la revalorización de la cultura aymara (y por ende, la lengua) ha ido ganando terreno. Dos opciones se presentaron para los idiomas oprimidos: la extinción o la revitalización; por ello, el autor presenta los argumentos en pro y en contra de cada opción. Finalmente, sugiere un mayor uso de estos idiomas en las radioemisoras.
Esta edición incluye un apéndice, escrito en 1979, en el que el autor actualiza el tema mostrando los desarrollos logrados en los países andinos respecto al tema lingüístico. Para el caso boliviano, menciona la realización del censo de población de 1976, la existencia de una mayor bibliografía sobre el tema, algunos intentos de oficializar los idiomas quechua y aymara, por ejemplo. Como señala el autor, “el futuro de los idiomas oprimidos es una función del futuro económico y político de los pueblos oprimidos que los hablan” (p.677) por lo que todavía quedaría un largo camino por recorrer.
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Los idiomas oprimidos son idiomas indígenas cuyos hablantes han sufrido una historia de opresión y dominación por parte de otros grupos sociales en una relación asimétrica. Pero, singularmente, los usuarios de estos idiomas constituyeron y siguen constituyendo la mayoría de la población de un país, pero una mayoría empobrecida y culturalmente oprimida. En este marco, los idiomas lograron mantenerse vivos pero a costa de la pérdida de su vitalidad por obra del idioma dominante. Si se mantienen situaciones de doble monolingüismo (un grupo social monolingüe castellano y otros grupos monolingües en lenguas indígenas) que resultaron de una estructura dual asimétrica oprimente (como la conquista española y sus repercusiones), los contactos entre ambos estarían cerrados.
Sin embargo, algunos grupos lograron “reivindicar un lugar para el quechua y el aymara”; por otro lado, la rígida estructura tradicional se ha ido suavizando. En el periodo colonial, los misioneros hicieron grandes esfuerzos lingüísticos; en el siglo XIX, hubo publicaciones de obras en quechua, tanto literarias como educativas o bien políticas, pero a muy pequeña escala; además, hubo un interés académico que dio lugar a la multiplicación de estudios sobre los idiomas, pero aquello tuvo repercusiones limitadas en el campo de las políticas educativas. Otro fenómeno intervino en la práctica de los idiomas: las migraciones hacia las ciudades y pueblos por motivos económicos, lo que llevó a una mayor castellanización de los migrantes. Pero en caso de migrar a regiones de las tierras bajas, ahí se constató una expansión del uso del aymara y del quechua en las mismas. Pero es un hecho que se ha constatado un aumento de la cantidad de personas bilingües.
Mirando hacia el futuro (es decir post 1973/1979), la situación era compleja pues si bien en la costa peruana se esperaba un intenso proceso de castellanización, en otras zonas, como en La Paz y su entorno, la revalorización de la cultura aymara (y por ende, la lengua) ha ido ganando terreno. Dos opciones se presentaron para los idiomas oprimidos: la extinción o la revitalización; por ello, el autor presenta los argumentos en pro y en contra de cada opción. Finalmente, sugiere un mayor uso de estos idiomas en las radioemisoras.
Esta edición incluye un apéndice, escrito en 1979, en el que el autor actualiza el tema mostrando los desarrollos logrados en los países andinos respecto al tema lingüístico. Para el caso boliviano, menciona la realización del censo de población de 1976, la existencia de una mayor bibliografía sobre el tema, algunos intentos de oficializar los idiomas quechua y aymara, por ejemplo. Como señala el autor, “el futuro de los idiomas oprimidos es una función del futuro económico y político de los pueblos oprimidos que los hablan” (p.677) por lo que todavía quedaría un largo camino por recorrer.
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